El ayuno intermitente se ha convertido en una de las formas más populares para perder peso. No exenta de matices y debates, esta técnica ha demostrado su utilidad a la hora de lograr su objetivo, pero las implicaciones de dejar la comida durante intervalos específicos de tiempo puede afectar a nuestra salud de distintas formas.
Más allá del peso. Un equipo de investigadores ha publicado recientemente las conclusiones de su último estudio sobre ayunos prolongados y sus implicaciones en la salud. Más allá de la pérdida de peso, el equipo analizó la presencia de distintos tipos de proteínas en la sangre de los participantes y observó cambios potencialmente positivos.
Una teoría del ayuno. Tal y como explican los responsables del estudio, el ser humano ha ayunado de distintas formas y con distintos objetivos a lo largo de la historia. Los ayunos por motivos médicos y los religioso-culturales son habituales en nuestro entorno. El cuerpo humano está preparado para la supervivencia durante periodos más o menos largos de tiempo sin consumir alimentos.
Durante el ayuno hace que nuestro cuerpo cambie la fuente de su energía. En lugar de recurrir a las calorías alimentarias, el cuerpo pasa a explotar su principal reserva energética, la grasa. Es por eso que el ayuno, especialmente el ayuno intermitente, también es una técnica utilizada a la hora de perder peso.
Sin embargo nuestro cuerpo acaba necesitando comida para subsistir y mantenernos activos. Es por eso que resulta importante conocer no solo los beneficios, sino también los riesgos (fisiológicos y psicológicos) de estas técnicas.
Doce participantes, siete días, 3.000 proteínas. El estudio se realizó a través de 12 participantes, mujeres y hombres en buen estado de salud. Este pequeño grupo se sometió a un ayuno de siete días, a base solo de agua (que podían consumir a placer).
Los participantes fueron monitorizados de cerca por el equipo. Los responsables del estudio extrajeron muestras de sangre antes, durante y después del experimento y en ellas estudiaron la presencia de 2.923 proteínas. Los detalles del proceso fueron desarrollados en un artículo en la revista Nature Metabolism.
No es cuestión de calorías. Como es lógico, los participantes perdieron peso: unos 5,7 kg. El equipo comprobó que tres días después de finalizar la semana de ayuno los participantes no habían recuperado el peso, pero sí la masa muscular perdida durante el tiempo.
Sin embargo era en el análisis de las proteínas donde estaba la clave del análisis. Observaron que los cambios en estas comenzaban a notarse a partir del tercer día del experimento. Vincularon algunos de estos cambios a los beneficios en la salud habitualmente asociados al ayuno, como el tratamiento de la artritis reumatoide y la proteína proteína SWAP70; o un menor riesgo cardiovascular con la proteína HYOU1.
No sin riesgos. “El ayuno, cuando se hace de forma segura, es una intervención efectiva para perder peso,” señalaba en una nota de prensa Claudia Langenberg, quien lideraba el estudio.
Dejar de comer puede causarnos dificultades en nuestro día a día, al fin y al cabo nuestra reserva de grasa no deja de ser eso, una reserva, que aunque pueda aportarnos energía no guarda otros nutrientes necesarios. A esto cabe añadir posibles comorbilidades que nos impidan ayunar, como la diabetes o los trastornos de la conducta alimentaria.
Una estrategia con distintos métodos. Quienes buscan perder peso minimizando el riesgo para la salud a menudo recurren al ayuno intermitente. Este se basa en limitar las horas del día en las que consumimos alimentos. Los métodos pueden diferir en cómo separemos las horas en las que consumimos alimentos y las que no.
Por ejemplo, algunos métodos se basan en dejar de comer durante 12 o 16 horas y centrar nuestras ingestas de alimento en las otras 12 u 8. Otros métodos contemplan dejar de comer durante 24 horas, ya sea una o dos veces a la semana o, una opción más radical, en días alternos.